La importancia del voto

El Digital Sur.com

Leo una noticia en la que se hace referencia a declaraciones de Roberto Alayón, presidente de la Asociación de Vecinos Amigos de Los Cristianos. Alayón explica que quiere tener el mismo trato que otras asociaciones. Que si a una asociación (parece ser que de personas mayores) del municipio aronero se la toma en cuenta y hace uso del patrimonio municipal –léase local social- que también a ellos se les facilite uno para  tener una sede.

La importancia que se le dio a las asociaciones en el pasado determinó que el Ayuntamiento normalizara el buen funcionamiento de estas, incluso en ellas se captaron militantes y posteriormente se les presentó en las listas a concejales.  La nómina de cargos aroneros que anteriormente estuvieron en asociaciones y federaciones de vecinos es amplía y significativa.

Lógicamente que algunos vecinos de Los Cristianos quieran dedicar su tiempo a actividades vecinales reconocidas por los laudos municipales no debería tener ningún impedimento.  Necesariamente pasa por ser tan genuino como la mismísima democracia, incluso un reconocimiento explícito de vecinos que se preocupan por el sitio donde viven.  Si el caso fuera que los asociados, o algunos de ellos, tuvieran ideas o propósitos políticos contrarios a las siglas o personas gobernantes pues son tan legítimas como las ambiciones que tuvieron otros antes.

El asunto es que en este momento histórico –la Historia se escribe todos los días-  hay muchos que hablan de democracia pero pocos la reconocen en sus propios actos.  El voto es lo que, al fin y al cabo, importa.  El fin justifica los medios; aunque los medios utilizados lleven una patina de  corrección más no de intención democrática.

Hace unos años oí hablar a un señor, que trabajaba en un bar, haciendo referencia al voto de calidad.  Es decir, que deberían tener derecho al voto aquellas personas que  estuvieran lo suficientemente cualificadas para ello (a mí quién los cualificaría me pone los pelos de punta): que tuvieran estudios, supieran de política, no se les pudiera engañar fácilmente, etcétera.  Este buen hombre versaba su diatriba, posiblemente, en las opiniones de algunos parroquianos que frecuentaban el negocio y, cómo no, en las circunstancias de aquella época, de aquellos momentos.

En un momento dado se dirigió a mí  (entonces un servidor era un pipiolo bisoño, ahora sólo ingenuo) y me manifestó su enardecido pensamiento.  Así que sin estar preparado –ni yo ni mi respuesta- le espeté:

Se acaba usted de cargar decenas de años de lucha por la democracia, el sufragio universal y además ha dejado a un montón de muertos por la libertad como innecesarios. Pero como esto en sí no era una explicación que le convenciera; proseguí:

-Entonces su madre -de la que yo sabía- no debería votar.

-Claro que no, al fin y al cabo ella no sabe quiénes son unos u otros.

-Pero ¿ella vota o le da igual?

-Me pregunta a mí y yo le meto los votos en los sobres.

-¿Y qué criterio sigue para escoger las papeletas, usted?

-Bueno, ella me dice que procure que vote a quién “no le toque o le suba un fisquito la paga”, a quién le dé asistencia médica y a quién  le ofrezca hacer un viajito, de vez en cuando, con las amigas de la Tercera edad.

-Ah, hombre, pues usted ve como su madre hace el mejor uso de su voto. ¡Ella sí que sabe de política!

No sé si le convencí.  Pero, tal vez, porque le recordé lo lista que era su madre me invitó al barraquito.

Y lo listos que son nuestros mayores lo saben nuestros políticos, todos. Por eso con ellos no se la juegan. A ellos sí que les dan importancia pues tienen el mismo derecho a votar que  cualquiera y además lo suelen ejercer.  A Dios gracia.


Antonio Núñez-López
a.nunez.lopez@gmail.com

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